viernes, 16 de enero de 2009

La Carta

Querido mío:

 

En este momento seguramente estás ya dedicándote a ganar el sustento de este día, mientras tanto, yo me debato entre bañarme y hacer ejercicio, pero, desde hace tiempo he sentido el impulso de escribirte largamente sobre muchas cosas que pienso y que considero importante tú sepas.

He practicado mentalmente tantos inicios de esta misiva que ahora no sé cómo empezar, quizá explicando porqué no lo había hecho antes, bueno, tú sabes bien porqué; por miedo. Por miedo a que alguien me descubra. Sin embargo, ahora que he perdido la confianza de la primera persona trascendental en mi vida, ya poco me importa lo que cualquiera pueda saber y opinar sobre mí –No sé en qué momento de esta mañana me abrazaste o lo

 hice yo que tengo impregnado el aroma de tu loción conmigo, qué rico; lo percibo y me dan ganas de llamarte y decirte que ya te extraño, que no tardes-.

Quisiera que esta fuera una carta de amor, pero no encuentro cómo…

De qué puedo hablarte que no te haya dicho ya… que descubrí que estoy enamorada de ti desde que era niña, que siempre que estabas en casa hacía cosas por llamar tu atención, que le era infiel a mis novios contigo, que te extrañé muchos años y aún no me perdono por eso… no hay nada de mí con relación a ti que no sepas.

Quizá lo que debes saber es aquello que me inquieta de mi relación contigo. Hay cosas que disfruto mucho cuando estamos juntos como estar abrazados o platicar de música o ver la pasión que pones en tu proyecto de vida acuática. ¿Porqué te amo? me pregunto en este momento: desde que te conocí sentí un inmensurable deseo de contacto físico contigo, recuerdo esa oleada de calor que me corría por el cuerpo cuando me abrazabas y cómo se aceleraba mi corazón cuando sentía tus labios cerca de mis orejas durante nuestros inocentes juegos adolescentes. Ahora me doy cuenta que siempre me ha fascinado esa contradicción de tu ser, un chico grande con facha de rebelde y rudo pero tan sensible y vulnerable en el fondo; ¡Mierda! Estoy segura que esto lo has escuchado de varias chicas a lo largo de tu vida, pero ni modo así eres tú, un grande pero suave oso polar.

Me pregunto si la contradictoria no soy yo, puesto que también me gusta ese afán tuyo por ser paternal con todo mundo, aunque a veces, siendo sincera contigo, parece intencionado por un fin controlador. Y te lo digo porque hay ocasiones en que me siento oprimida, me parece que mi vida es injusta porque debo regirla de acuerdo a tu disponibilidad de horarios y de humor. Y no es esto un reclamo, confieso que, también he notado, hay cierta pereza de mi parte al aceptar tus propuestas por evitar discusiones insulsas o reclamos fuera de lugar, odio que cuestiones que quiera estar contigo y siento que me chantajeas cuando mencionas que tú dejas de hacer cosas para estar conmigo y que yo no puedo hacer lo mismo, así que asumo lo que propones y me dejo llevar. Cómo es posible que tal actitud pueda causar placer y sufrimiento al mismo tiempo.

A esta altura de la carta pensarás “pero carajo, ¿a qué viene todo esto, es reclamo o no? Dices que me amas pero que te controlo”. Pero no leo las mentes y quizá no digas nada y sigas leyendo, o quizá ni leerás nada que a fin de cuentas no estoy llegando a ningún lado con esto.

¿Cuál es el fin de escribir, entonces? Pues es un modo de exorcizarnos, según Rulfo, de sacarnos los demonios que atormentan nuestra cabeza. Estoy tratando de poner en orden y sobre fondo blanco lo que a ratos me inquieta. Considero que muchas cosas importantes quedan sin resolver entre nosotros porque se nos escurren entre tonterías que decimos y no, en sutilezas que no nos llevan a ningún lado sino a susceptibilidades heridas y culpas injustificadas. Aquí entre nos, es innegable que somos personas más sensibles de lo habitual y eso nos causa conflictos tremendos entre nosotros, entre tú y yo, y con el resto de las personas. Pero, vamos, creo que tampoco es malo, porque esa hipersensibilidad también nos hace más humanos y por tanto, más valiosos.

No debiera dejar sobre el renglón lo de “más valiosos”, pues creo en la igualdad entre la raza humana, aunque también es cierto que sí hay diferencia entre calidades humanas.

De nuevo me voy por caminos entreverados sin llegar a ninguna parte, aquí mi psicólogo diría: “pero, ¿es realmente importante llegar a algún lado? ¿por qué?” Porque sólo así me sentiré segura, tranquila, confortada, si no sé hacia dónde me dirijo me invade el pánico.

Esta soy yo, rara y loca, histérica quizá. A estas alturas del día sigo sin bañarme y sin saber qué haré –otra vez el miedo que me hace quedarme pegada al ordenador-; tú ya me llamaste e hiciste el primer reclamo del día. ¿Por qué no podemos pasar un día sin reclamarnos nada? ¿por qué no nos proponemos un día no enfadarnos ni sentirnos atacados, heridos, criticados o juzgados por el otro? Se supone que si yo te amo y tú me amas no debemos tener malas intenciones hacia nosotros.

Suena tan bien y tan claro mientras lo leo, ¿será posible sincerarme así de pronto, mostrarme tan vulnerable y tan humana frente a ti? Porque eso es lo más cierto que escribiré aquí, soy tan humanamente imperfecta que el miedo me corroe con todas sus formas posibles: tengo miedo de no ser lo que tú esperas, miedo de perderte y mucho miedo a lastimarte, a ti que eres tan frágil; pero también temo de lo que sea estar contigo, por lo que tenga que hacer o dejar de hacer, porque tú también eres humano, y hay cosas que no entiendo y también hay cosas con las que sé que probablemente no podré vivir.

Prometo que la más remota intención de esta carta es hacerte llorar, yo ya he llorado bastante mientras escribo. ¿Por qué lloramos? A veces pienso que nuestra necedad es una autonegación a estar felices, como un autoboicot, un ejercicio de automartirizarnos para tener la compasión de no sé quién, o como la autoimposición de un castigo por algo que aqueja nuestras conciencias. Como si no nos mereciéramos algo más que pena ajena. Y esto lo escribo más por mí, que aunque sé que la contención de los impulsos sosiega el alma y la llena de paz, prefiero hacer todo del modo complicado, siguiendo una vez más este umbral de expiación y automartirio.

¿Qué pasa por este momento en tu cabeza? Dímelo, si es que estoy a tu lado mientras lees. De hecho, aún no sé si te daré esto sobre papel o lo enviaré a tu buzón. ¿Prefieres que lo hubiera hecho del otro modo? No tengo idea de cómo reaccionarás ante tanta bobada que escribí –otra vez aparece el miedo-, ves, en mi humilde apreciación no soy buen negocio, claro que tú tienes tu propia opinión sobre mí, y en tu derecho está blandirla como la real y única. Lo que me resta a mí es recargar mi –para ti inusitado- optimismo y creer que el amor es suficiente impulso, y que por el amor todo y nada vale la pena.

Creo que no me queda más remedio que bañarme, tengo ganas de ir a la playa a caminar un rato. Como verás, no soporto mucho la idea de “no hacer nada”, por eso hablo y hablo, y escribo, y planeo tanto, por eso no me gusta estar en la cama si no es hora de dormir ni estar en zozobra esperando, por eso adoro caminar y por la misma razón me irritan estas calles de polvo.

Aún así, me siento complacida con estas horas de introspección que ya me debía, me siento tan a gusto en casa sin sentir prisa alguna, sola, pensando y pensando, sólo eso, … no es cierto, porque esa soledad para serlo, necesita de un previo o posterior acompañamiento, entonces pienso y extraño tu compañía. Ahora esperaré a que pase el día y contaré las horas para verte de nuevo. Y para darte estas letras, o no dártelas o dártelas… o no.

Tuya

No hay comentarios: